Desperté con tu silencio, con tu nombre ausente cargado en mis pensamientos… pulsando constantemente en el correr de mis neuronas, cargando el aire que respiraba de un peso insoportable que me impedía funcionar con normalidad, que cegaba mi mirada de un umbral de humo y confusión; desperté e instintivamente miré tu retrato, ese que pinté en la cúspide de nuestro amor, cuando te amaba con devoción, cuando tu dirigías mis pasos, encaminabas mi confusión… y al verte no vi oleo allí, sino que vi un instante, ese momento en que posaste, cuando tuviste la confianza de desnudar tu alma, y juntos estuvimos al fin.

Desperté sin tus palabras, las últimas buenas noches fueron hacía una eternidad… si, me dijiste que aun me querías, que me amabas y lo sentías, pero yo no podía pasar más allá de la herida, de como repartiste calumnias por el orbe, diciendo que era yo el que te hería, que tu tan solo te defendías… recordé cuando salí de la cárcel, cuando finalmente confesaste cuanto mentías… y me volví a prometer: “no, ya no es mi vida”. Pero lo eres… o lo eras hasta antes del mediodía.

Desperté de tu recuerdo con su sonrisa, al mediodía conocí a alguien… un mediodía que fue una vida… un mediodía en que alguien vio más allá de los recuerdos, de la mochila y tus mentiras, alguien que no te conocía, donde no fue el villano sino la víctima. Alguien, a quien amé con el alma hasta que regresaste en mi vida. Hoy te lo digo, cariño, ya no eres mi vida; ahora que estás en cárcel te recuerdo que tu me quitaste la vida, con tu obsesión, con tus mentiras… pero me quitaste el futuro cuando con un puñal en el vientre le recordaste que eres dueña de mi vida.

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