Partes incompletas

Domingo se conectó a su computadora como lo hacía cada día, a cada instante; era una forma de matar el tiempo libre, ese que abundaba en su horario producto de su cesantía, su soltería y la lejanía con sus amigos, esos mismos amigos con los que se crió, creció y estudió, y que por caprichos de la vida quedarían a miles de kilómetros de distancia con él. Abrió el navegador y puso su estatus en las redes sociales como activo, estaba desesperado por intercambiar palabras con alguien, por salir de esa soledad que le abrumaba y que poco a poco le dificultaba respirar; miró la ventana, todos ausentes, entendible si es que considerábamos que eran las cinco de la mañana de un día sábado, hora en que todos o regresaban del carrete o se encontraban en medio de este.

Se levantó un tanto decepcionado camino a la cocina, a lo mejor una tasa de café podría contribuir a eliminar ese mal sabor de boca que le dejaba la soledad a esa hora; él nunca había sido fumador o bebedor constante, pero si del tipo social, y a esas alturas de un día sábado, como añoraba exhalar humo de tabaco acompañado de una buena conversación y música estridente de fondo. Volvió a sumergirse en la pantalla, no creía encontrar sorpresas, pues la hora no facilitaba un poco de interacción virtual.

Fernanda, por su parte, había llegado a su casa temprano, decepcionada porque le habían fallado una vez más, aquel hombre que creyó era el indicado, había resultado ser un tremendo patán que solamente había estado saliendo con ella para ocultar socialmente su homosexualidad; frustrada, con mucho trago en el cuerpo producto de unas ganas desesperadas de sacar los pensamientos de la cabeza, prendió la computadora buscando con quien conversar; se puso a mirar fotos antiguas, de años atrás cuando todo era perfecto, y se puso a recordar, a buscar en su mente a aquellos hombres que valían la pena, las historias vividas que alguna sonrisa le pudieran sacar, mas pronto se dio cuenta que en los últimos años habían solo dolores, tristezas y una oculta soledad.

Fue ella quien lo vio por primera vez en una foto, lo redescubrió producto de su despecho y desilusión, una vez que vio a Domingo conectado, un entusiasmado saludo se transmitió a través de la fibra digital. Hablaron horas seguidas, sin que ninguno se diera cuenta de como el tiempo podía pasar; antes de ello habían sido solo conocidos, pero con la soledad y la desesperación, cualquier interlocutor se vuelve de importancia vital.

Mientras hablaban sonó el teléfono de Domingo, era su hermana diciéndole que en unas horas llegaría, que por favor la fuera a buscar; entonces él se dio cuenta de la hora, había pasado el mediodía y pronto cumplirían las doce horas en una conversación que parecía no tener final. Fernanda le pidió su teléfono, y después que se despidieron se fue a acostar; estaba cansada por como habían pasado las cosas, pero una sonrisa la acompañó antes de irse a acostar.

Pasaron los días y Fernanda se había olvidado de aquel imbécil, la verdad es que en su mente solo estaban las ganas de con Domingo conversar, pero este no la llamaba, y ella se comenzó a angustiar; comenzó a pensar en donde lo había conocido, trato de recordar el pasado que los vinculaba y que había gatillado esa complicidad, mas la respuesta permaneció hecha un misterio, no tenía ni idea de como había aparecido ese hombre en primer lugar.

La visita de su hermana fue salvadora, tener una voz con la que interactuar le devolvió la cordura, el impulso y la estabilidad; de hecho ese había sido el objetivo de ella, serle compañía a su hermano que se había estancado en una depresión de la que no podía escapar en soledad. Pasaron los días y Domingo encontró trabajo, conoció a una mujer y encontró algo llamado felicidad, pero algo en su interior lo tenía inquieto, había una conexión que el otro extremo no lograba identificar.

Pasaron meses y Fernanda no lograba encontrar a su hombre ideal, buscaba alguien que la escuchara y con el que el tiempo simplemente no tuviera lugar, buscó y se encontró con una cantidad de imbéciles que sería ridículo enumerar. Una tarde, el hombre que la había estado usando de pantalla para ocultar su homosexualidad se le acercó y le hizo una propuesta que ella llegó a considerar; le ofreció compañía, estabilidad emocional y económica, si ella lo ayudaba a ocultar su condición sexual; él provenía de una familia en extremo conservadora, y ya le estaban cuestionando que no tuviese una novia seria con la que se pudiera proyectar. La desesperación nos lleva a hacer cosas impensadas, Fernanda aceptó.

Años transcurrieron y ninguno de los dos se volvió a hablar, tanto Fernanda como Domingo se comprometieron, y pensaron que hallarían por lo menos la tranquilidad; pero el destino es caprichoso, y en una cosa de azar los puso en asientos contiguos en un avión comercial; se reconocieron de inmediato y se pusieron a conversar, con la misma confianza que años atrás; él de pronto se vio al otro extremo de esa conexión que no lograba identificar, se sintió pleno y capaz de hacer cualquier otra cosa; ella sintió que él era el hombre con el que debía estar; mas ambos estaban comprometidos y reprimieron los impulsos en esa oportunidad.

Fernanda estaba ya en el registro civil cuando se dio cuenta del error que estaba por cometer, le dijo a su novio “lo siento, no puedo seguir tapando tu homosexualidad” y se conectó de inmediato a ver si encontraba al hombre que amaba de verdad; miró su estado y decía “camino al registro civil, llegó el día”, y la desesperación la invadió de inmediato, no sabia que hacer ni a quien llamar. Se resignó, se sentó en las escaleras a llorar desconsoladamente por el hombre que dejó pasar. De pronto alguien le toca el hombro, Domingo había viajado miles de kilómetros solo para estar con ella en ese día especial, para decirle que respetaba su decisión, pero que la amaba, que era la mujer perfecta e ideal para él y que lamentaba haberse dado cuenta tan tarde.

No perdieron tiempo, sin pololear ni un día, se casaron en ese mismo lugar, y estuvieron juntos hasta que cada uno de ellos dejó de respirar, muchas décadas después, uno después del otro.

Cuentos patéticos

Goran Y. Lausic King View All →

Profesor de Historia y Ciencias Sociales, egresado el 2008, Magister en Historia. Con un gusto y una formación literaria que se remonta a 1998, año en que desarrollé mi primera novela no publicada, y que no publicaré jamás (no está en condiciones).
Mi primera novel publicada fue A diez pasos a la oscuridad, publicada en Amazon, y me encuentro en etapa de diseño de portada para Página en blanco, mi segunda novela. Mientras escribo historia, novelas y demases, divulgo mi trabajo corto (cuentos y poemas, principalmente), por medio de este espacio en la web.

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