Solía mirar mucho el pasado, no podía ver que las cosas habían cambiado, porque por sobre todas las cosas, no debía reconocer los errores que cometió. Eso lo sabía bien, que en el momento que dijese “si, las cagué” su mundo se caería a pedazos, y todo por lo que aquellos alrededor suyo trabajaron, se iría a la mierda. Por eso, cada noche, al caer el telón, y al alejarse los micrófonos, se despedía de su señora e hijo quienes partían hacia un mundo soñado, mientras que él se sumergía en una botella de whisky, tratando de despertar del mundo de ensueño en el que se había encerrado desde hacía dos décadas atrás.

Sufría enormemente, en discurso solía atacar a los hipócritas, y las circunstancias de la vida lo convirtieron exactamente en ello… y lo peor es que los seguía aborreciendo, pero tanta gente dependía de él, que sentía que no le quedaba otra alternativa que abandonar su propia humanidad. La puerta de su oficina se cerraba´con llave, nadie entraría en esa oficina y lo vería en su momento de debilidad, aunque el instante se repetía diariamente, cada vez habían más razones para que fuese creciendo su vulnerabilidad… temía que la prensa se enterara de todo, y sin embargo guardaba en su correo una copia de las memorias que escribiese un par de meses atrás, cuando el peso de la culpa se volvió más difícil de sobrellevar.

Llegando la mañana, el sol con fuerza lo sacaba de su lugar, corría hacia el baño, se lavaba y se acostaba al lado de su mujer, quien por las pastillas de dormir jamás se enteró que su marido se pasó toda la noche en vela, bebiendo sin parar, tratando de pasar el dolor de la realidad. El día debía continuar, su familia lo necesitaba, y por lo mismo, la verdad nunca podría ser la realidad.

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