Felicidad perdida
Hacía seis meses que Ricardo no la había vuelto a ver, tiempo en el que su mente se encargó de recordársela todos los días, al amor de su vida, la mujer que desde el primer momento le quitó el aliento, lo lleno de anhelos, convirtió sus esperanzas en sueños, y en el último instante lo dejó sin nada. Cada mañana despertaba con una angustia en el pecho, algo le faltaba y sabía con certeza que; la tranquilidad de estar al lado del alma gemela, la conciencia tranquila que en esa búsqueda por calmar la soledad ya se había encontrado la compañía, la sensación que en conjunto ya no quedaban carencias, la paz de sentirse amado, aunque todo fuese una mentira.
Karina lo había sido todo en su vida, desde el instante mismo que la conoció, hasta el último segundo al cumplirse un semestre sin ella; había sido su amiga, su confidente, su amante, su familia. Sus amigos la habían incorporado al círculo con naturalidad a las semanas que comenzase su historia, pero por cómo se planteó, no desapareció jamás de la vida del resto. Es que era una mujer extrovertida, alegre, dinámica, preocupada; un tanto fría, eso sí, pero en extremo afectuosa con aquellos a los que quería. Ricardo no. A pesar de su sensibilidad, él era de esos tipos que prefería comerse por dentro todo lo que sentía, no expresaba nunca sus angustias, nunca sus miedos, nunca sus alegrías; era un tipo que quería mucho, pero pocos lo querían, era frío, duro, más preocupado de no perder de vista sus sueños que de tener al lado alguien con quien compartirlos. Claro, todo eso hasta que conoció a Karina.
Karina le cambió la vida, en cada una de las instancias que con ella le tocó vivir. Cuando la conoció supo finalmente lo que era tener química, creyó por primera vez que era posible maravillarse tanto con una persona, que el solo hecho de estar en su presencia sacase cada día lo mejor que en él se escondía. Supo cuando beso sus labios que si se amaba ya nada se le compararía, tuvo la certeza de ese modo que ella era la mujer de su vida, que nadie hubo antes, ni nadie le seguiría. Cuando tuvieron la ilusión de poder formar una familia supo por fin lo que era la verdadera alegría; pero conoció el más profundo dolor cuando ese sueño se truncó. Descubrió la pérdida paulatina, vio sin hacer nada como se le alejaba el amor de su vida, culpándolo de aquello que había pasado, dejando de mirarlo como si se estuviera viendo en un espejo, desconociendo al hombre que en el fondo tampoco se conocía.
Seis meses pasaron desde que Karina salió de su vida. Ricardo despertó esa mañana y la angustia siguió allí, justo al lado suyo en esa cama vacía, justo frente a esa fotografía de los días de mayor alegría. Como siempre, se contuvo las lágrimas, pues cuando se marchó juró nunca lo haría, y nunca lo hizo; se metió a la ducha y comenzó su día. Salió del edificio, caminando con la cabeza gacha como en los últimos 180 días, pensando que nada le podría alegrar la vida. Vio su sonrisa a la distancia, y rápidamente buscó su mirada, algo en ella había iluminado el día, algo en su postura le decía a su alma que despertase, que allí estaba la alegría perdida. Claro, no era Karina, pero algo en su interior le decía que algo había en aquella muchacha de cabello dorado parada junto al paradero de buses. La miró, y ella le sonrió, directamente a él, a lo que respondió acelerando el paso y levantando la mirada. Un hombre pasó a su lado y la miró, ella avanzó y beso al extraño, y nuevamente el corazón de Ricardo se encontró desilusionado.
Continuó el día, y la sombra había vuelto a dominar su alma. La extrañaba, más que nunca, sentía le hacía falta, y todos alrededor suyo parecían empeñados en sacarle en cara que ellos poseían la felicidad que él anhelaba. De pronto en su teléfono una llamada, no tenía registrado el número, por lo que se apresuró a contestar; en efecto era Karina, diciéndole que lo sentía, que era el amor de su vida. Ricardo se tragó su orgullo y se tiró al suelo, le dijo cuanto la amaba y que la extrañaba cada día, le rogó que volviera a casa, que todavía quedaba espacio para ella en su vida. Dijo que no. Algo en su voz le decía que no era el final de la pesadilla, por lo que decidió pedirle que se reuniesen de inmediato; ella accedió. Se encontraron en su cafetería, la misma donde tuvieron la primera cita; Karina se veía tan radiante como siempre, lo cual esbozó en Ricardo en una sonrisa, pero algo distinto en ella se veía. La miró detenidamente a la distancia, tratando de atesorar la imagen de su reencuentro; entonces dio un paso atrás y se marchó. Karina se veía feliz, su vientre demostraba un embarazo avanzado, pero nunca tanto, unos cinco meses quizás. Karina lo llamó al teléfono mientras él se alejaba, “¿Dónde vas?” le preguntaba, a lo que él solo pudo esbozar una sonrisa y soltar la sincera, pero bruta respuesta de “a encontrar la felicidad, creo que jamás fue a tu lado”.
Goran Y. Lausic King View All →
Profesor de Historia y Ciencias Sociales, egresado el 2008, Magister en Historia. Con un gusto y una formación literaria que se remonta a 1998, año en que desarrollé mi primera novela no publicada, y que no publicaré jamás (no está en condiciones).
Mi primera novel publicada fue A diez pasos a la oscuridad, publicada en Amazon, y me encuentro en etapa de diseño de portada para Página en blanco, mi segunda novela. Mientras escribo historia, novelas y demases, divulgo mi trabajo corto (cuentos y poemas, principalmente), por medio de este espacio en la web.