La luz de la luna iluminaba el departamento, con el resto de las luces apagadas, él miraba por la ventana hacia la calle, tratando de verla venir, ansiándola, esperándola, soñándola. Habían pasado demasiados años desde la última vez que la vio, pero apenas la divisó en esa esquina la reconoció, con su cabello negro, su tez blanca como la leche, incluso sus azules ojos que brillaban a la distancia. Santiago suspiró una vez más, no porque los sentimientos siguieran latentes, sino porque los recuerdos volvían a manifestarse, sentía de nuevo el aroma de su sangre, la textura de su cabello, la humedad de su sudor, recordaba cada noche juntos como si hubiera sido una experiencia única, a pesar que a través de los años la rutina en algún momento los alcanzó. Abrió la ventana y saltó, y mientras caía, cerró los ojos y se dejó llevar por la emoción, se acercaba una nueva noche de aventuras, los secretos no deberían ser guardados otra vez, era hora de volver a dejar la sangre correr.

Cuentos