Esta ciudad se siente tan fría sin ti, el viento de la noche no me abriga como debería ser en un lugar como este, ni la compañía de esa multitud de noctámbulos parece mitigar el dolor que estoy sintiendo. Y es que tengo hambre, me desfallezco por no tenerte cerca, por anhelarte, por recordar cada noche lo que era despertar a tu lado, abrazados, sintiendo los rayos del sol tocar nuestra piel. Pero eso ya no puede ser, te hice daño, por poco te maté, y me arrepiento a cada instante de siquiera haber pensado en acercarme a ti alguna vez. Pero eras mi todo, no, eres mi todo, mi último vinculo con una humanidad que ya no tiene sentido, el último residuo de fe que puedo superar mis problemas, que puedo evitar esta agresividad que crece dentro de mi, que no tengo por qué convertirme como mi padre, que no tengo por qué seguir su legado de sangre, que puedo hacer el bien, porque aún queda bien en mi. O eso creía, está ciudad fría me ha hecho volver a dudar de lo que junto a ti sentí, me ha hecho cuestionarme todo lo que por ti construí; siento como que cada vez me vuelvo menos humano, y me duele, me duele demasiado, y es el hambre, este sentimiento atroz de tener que verter sangre de nuevo, lastimar a otro ser humano para saciar mi sed. Pero no me puedes juzgar, mi papá estaba loco, mataba por placer, y la locura es algo que por generación se deja caer… ¿me puedes culpar por nacer de esta forma?

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