Diez años solo, diez años tratando de sanar heridas que nunca fueron abiertas, diez años perdidos. Esta mañana me he despertado con una gran revelación, de que tras diez años de sufrir profundamente por nada, ahora, de esa misma nada sane algo que nunca sufri en realidad. La conocí hace unos distantes doce años, y desde hace diez años que la veo como entonces la vi, de hace diez años que dejó de ser una mujer parta mi, y se convirtió en una escultura, una divinidad, en una imagen de adoración, un objeto de culto. Pero también ya hace diez años que me aparte, pues ese cambio radical en mi forma de verla me asusto, comence a adorarla, a verla en todos lados; se comenzaba a manifestar como una idolatria enfermiza de la cual me queria apartar.

Hace nueve años dejé de saber de ella, y en mi interior, un odio se comenzaba a engendrar, una rabia producto de su ausencia, una angustia producto de la necesidad de verla; comence a odiar su partida, y a culparla por su ausencia, a juzgarla por marcharse sin decir adios, sin siquiera respetar nuestra amistad.

Hacia nueve años que no sabia de ella, y la semana pasada me la volví a encontrar. «Un reencuentro con el pasado», me decian las cartas hace un año, y desde ese entonces supe que me la hiba a reencontrar. Hace una semana que nos topamos, y de la conversación, las palabras no me dejaron de molestar; me dijo que hacia diez años que me amaba, y que a pesar de la distancia no me podia olvidar. Me preguntó el por que me habia alejado, y yo solo tuve que decirle la verdad, le pregunte por que no se habia despedido, y me dijo que no habia tenido la oportunidad.

Ha pasado una semana de nuestro encuentro, y al despertar junto a ella me doy cuenta que finalmente ha sanado algo que nunca sangró en realidad.