Arde, como diez mil demonios teniendo un festín de sangre y llamas dentro de mi alma, arde; como si no existiera nada en la tierra que pueda mitigar el dolor de mi alma en llamas. Me quema la imagen que no he visto, el recuerdo de algo que no he vivido, las palabras de un rumor que creo con fuerza, y que dentro mio, estoy seguro que es verdad. El problema va más allá, el problema es que los demonios que festejan son los mismos que no me han dejado vivir en paz con su presencia en mi vida, los mismos que cada vez que estoy con ella dificultan mi vida, los mismos que me han conducido en este camino de tormento y obsesión.

Me arde, cada palabra que no me dicen acerca de eso, me arde; como si con el silencio corroboraran lo que escuche, como si el silencio fuera la mejor arma que esos bastardos pudieran esgrimir contra mi, pues los demonios se aprovechan, y la usan contra mi ya muy fragmentado corazón. Me quema, y no puedo evitar manifestarlo… quiero exclamar un grito de dolor, pero los demonios se han comido mi voz; quiero soltar una lagrima de desesperación, pero los demonios han convertido mi cuerpo en un desierto tan seco, que no hay agua de donde hacer brotar las lagrimas. Me duele intentarlo, me duele pensarlo… y lo que más me molesta, es que por esto no la odiare… seguire mi vida como si nada, y el dolor se quedara allí, almacenado, acumulandose hasta que un día, la bodega de mis tormentos no tenga espacio, y no me quede otra opción que manifestar todo mi dolor de una. Lo peor, es que cuando ese día llegue, los demonios ganarán… y yo ya no tendré control sobre mi ser.