Estaba allí sentado, con un puño alzado que no podía descansar, el puño cerrado del hombre frente a mi amenazaba con estrellarse en mi rostro, y no solo el puño, había algo en su tono de voz que me atemorizaba, que me convencía que en cualquier segundo ese puño me quebraba todos los dientes.

Estaba allí sentado, muerto de miedo y de ira, pero no podía hacer nada, no podía mover ni un solo músculo, pues estaba allí sentado y yo no me podía levantar.

Estaba yo sentado, y yo intentaba no escuchar, no había cosa en este mundo que me pudiera tranquilizar, ni siquiera el ruido del mar, ni siquiera la imagen de unos niños jugando, nada, y eso me exasperaba, y me hacia gritar, y gritar, y gritar, ¡Y GRITAR!…

Estaba yo sentado, y mis gritos se ahogaban por los del hombre frente a mí, que frente a mi rostro no paraba de gritar, y para mi no hay peor cosa que un grito tan cercano, un grito que rompía mis tímpanos, que me hacia ensordecer, y debía escucharlo a pesar que no quería.

Estaba yo sentado, y no podía dejarlo de mirar; cada vez que intentaba levantarme su puño más se acercaba a mi rostro, y eso me llenaba de miedo, pues eran unas enormes manos que mi quijada amenazaban con quebrar, y ante eso prefería quedarme sentado, por que a decir verdad, no soy tan estupido para dejarme humillar.

Estaba yo sentado, y frente mío no me dejaban concentrar, había un hombre que me gritaba mientras me quería pegar; y quizás suene reiterativo, pero mi opinión es que con tipos como ese no se puede charlar.

Estaba yo sentado, en una sala de clases, con mis compañeros y mi maestro, pero con un militar en frente que me quería asesinar.